Sobre mí

Hola, soy Ana, o Anita:

El comienzo de mi historia va más allá de mi nacimiento, pero yo la cuento desde la creación de Parada Suárez, una zona rural del departamento de Soriano. Aquí formó su familia mi bisabuelo, creció mi abuelo Tano, mi papá y mis hermanos, y ahora crece la mía.

Mi bisabuelo, Constantino Suárez, llegó desde España cuando tenía aproximadamente 16 años. Se estableció en la zona y fundó un almacén/bar que, en su época, fue un éxito. Fue él quien pidió que el tren que pasaba rumbo a Fray Bentos hiciera una parada frente a su boliche. Y así, con un hecho tan simple pero trascendental como la detención de un tren, Parada Suárez se convirtió en el hogar y punto de origen de mi familia. Nos llena de orgullo haber crecido aquí y sentimos nostalgia por ese boliche, que hoy está abandonado.

De ahí vengo yo.

De niña pasaba muchísimo tiempo con mi abuela Ana (me llamo así en su honor, por supuesto). Ella tenía un don: una mano increíble para la cocina y, sobre todo, una paciencia infinita para enseñarme.

Con mucho cariño preparaba las tortas de manteca para los domingos, panqueques, galletitas y tortas de cumpleaños caseras. Sin grandes lujos, pero siempre deliciosas. Yo aprendía observándola, escuchándola, y a veces me dejaba ayudar: batir los huevos, agregar el azúcar… No sé cómo lo hacía, pero todo era a ojo. No había recetas escritas, porque estaban en su memoria. Y después de tantos años siendo la mejor cocinera del mundo, todo le salía de manera natural.

Los momentos con mis abuelos eran ricos, no solo en sabor, sino también en calidad. Compartir tanto tiempo con ellos es un tesoro en mis recuerdos.

Cuando fui creciendo, mi papá y mis hermanos se convirtieron en mis conejillos de indias, probando cada bizcocho duro como piedra que hacía. Pero con un poco de dulce de leche y azúcar por encima, ¡todo mejoraba!

En mis veintitantos, mi casa en Montevideo era el punto de encuentro con mis amigas, y cocinar para ellas se volvió mi forma favorita de vincularnos. Para el cumple de una, me compré mi primera batidora y la torta quedó imponente.

Entre idas y vueltas como estudiante, llegó mi hijo Valentín, y desde entonces procuré que siempre tuviera comida casera. Antes de que cumpliera cuatro años, volvimos a Parada Suárez, donde conocí a Javier. Nos enamoramos y empezamos a construir nuestra familia.

Cocinando postres para los nuestros,  me animé a hacer de esto algo más que un pasatiempo, a convertir ese don que había ido perfeccionando en un sustento. Así nació Bocado Dulce, un emprendimiento que arrancó desde casa, vendiendo budines, galletas y alfajores a través de Instagram y WhatsApp. Poco a poco, descubrí que era más que una pasión: cocinar para otros es un acto de amor, un gesto, un regalo. Bocado Dulce lleva como bandera el agasajo, el presente, el agradecimiento con algo rico.

Y ahí llegaron los alfajores. Un clásico que, a lo largo de los años, ha sido el mejor compañero: el detalle perfecto para los que van y vienen de viaje, el infaltable del recreo, el placer de darse un gusto.

Siempre que puedo, regalo mis creaciones. Me llena de orgullo cocinar para los demás y recibir esas palabras que tanto significan: "Está riquísimo", "Se nota el amor y la dedicación".

Hace dos años, mientras estaba embarazada de mi segunda hija, Alma, enfrenté una enfermedad que me obligó a dejar la cocina. Necesitaba toda mi energía para atravesar el tratamiento y estar bien para las dos. Pero extrañaba Bocado Dulce cada día. Soñaba con volver, lo idealizaba, lo esperaba.

Apenas terminé el tratamiento, volví a encender el horno… y no paré más.

Hoy, cocinar para vos me hace feliz. Por eso, te invito a disfrutar la experiencia Bocado Dulce. Porque no es solo un alfajor: detrás de cada uno hay una historia, una tradición y un pedacito de mi corazón. Disfrútalo.